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Te pondré una Copa de Veneno en las Manos Capítulo 01

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CAPÍTULO 1

【Cuando todo terminó】

Siempre hacía frío y estaba oscuro en la torre.

En el suelo de piedra, donde no se podía sentir ni un ápice de calor, era imposible contar los días. Los primeros días estuvieron llenos de gritos y sollozos de frustración.

Tumbada en el duro suelo de piedra como un lastre, Judith¹ forzó sus párpados a abrirse al escuchar a lo lejos los pasos de alguien. Después de haber sido abandonada en ese lugar durante más de un año, sin siquiera agua para lavarse, mucho menos para beber, el aspecto de Judith era tan lamentable que era incómodo de ver.

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¹ Se pronuncia como “Yudit”

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– …está bien. Será solo un momento… Tengo algo importante que decirle… 

Desde el otro lado de la puerta con gruesos barrotes, se escucharon voces murmurando. Luego, se oyó el sonido de monedas tintineando y los pasos del guardia alejándose.

Judith se incorporó lentamente. Al mismo tiempo, una sombra negra parpadeó sobre el suelo de piedra, pero Judith no pudo ver quién era. Después de haber estado encerrada en la oscura torre durante tanto tiempo sin la luz adecuada, su vista estaba completamente deteriorada.

– ¿Quién…?

Judith, esforzándose por hacer salir su voz, cerró los labios al escuchar el espantoso sonido metálico que salía de su garganta. Se escucharon ruidos leves y un suspiro y luego una voz habló desde un nivel mucho más bajo, como si la persona se hubiera agachado hasta su altura.

– Su Alteza, soy yo. Soy Samona.

– Samona…

– Su Alteza, he traído un poco de medicina. Tómela, por favor.

Casi arrastrándose, Judith se acercó a las rejas de hierro sobre el húmedo suelo de piedra. Sin embargo, sus manos, que tanteaban el suelo, no lograban encontrar el cuenco de medicina que estaba justo frente a ella. Al ver los ojos de Judith que alguna vez habían sido de un claro azul cielo, pero que ahora estaban nublados y apagados, los ojos de Samona se anegaron de lágrimas.

– ¿Cómo… cómo pudo llegar a esto…? ¿Dónde está el guardia…?

– Samona… Samona, no llores. No, no llores por mí… ¿Cómo… cómo llegaste aquí? Ceraan²… ¿Qué pasó con Ceraan?

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² Se pronuncia como “Siraán”

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Ante las desesperadas preguntas de Judith, Samona no pudo contenerse y rompió en sollozos.

Ceraan era la dama de compañía de la princesa consorte Judith y la única hija del marqués Ebelta, quien la adoraba profundamente. Cuando todos acusaban a Judith de ser una mujer impura y pedían que fuera colgada, solo Ceraan la defendió y la apoyó.

Aunque sus esfuerzos fueron en vano, ya que Judith terminó encerrada en la torre, Ceraan continuó enviando a su doncella, Samona, para que vigilara el estado de Judith y la mantuviera informada sobre lo que sucedía. Sin embargo, Samona no había aparecido en mucho tiempo y lo que más preocupaba a Judith era la seguridad de Ceraan.

– Su Alteza, la señorita… la señorita falleció. Su Majestad, la reina… la ejecutó, acusándola de difundir rumores sobre el príncipe Krold. El señor y la señora… Sus padres, han quedado en un estado de shock tan profundo que llevan varios días fuera de sí…

Las manos de Judith, que estaban aferradas desesperadamente a las rejas de hierro, se deslizaron. Los fragmentos oxidados de las rejas corroídas se hundieron en su piel debilitada, haciendo que la sangre brotara, pero Judith ni siquiera sentía dolor.

– Y… Su Alteza…

Samona dejó escapar un sollozo entrecortado. Los ojos nublados de Judith, sin enfoque, miraban al vacío.

– El príncipe Franz ha sido encarcelado.

– ¿Qué, qué has dicho? ¿Cómo… cómo es posible?

– Circulan rumores de que el príncipe Franz intentó asesinar al príncipe Krold. No se sabe la verdad, pero según lo que la gente dice, parece que podría ser cierto. Tal vez el príncipe Franz, tal vez por esa razón, intentó…

– No, eso no puede ser. Él no haría algo así. No es posible. Él no…

– Su Majestad, la reina, declaró que la locura del príncipe Franz había ido demasiado lejos y lo encarceló en una torre en medio del Bosque Negro. Su Alteza… Judith. – Samona hablaba entre sollozos, pero Judith ya no escuchaba sus palabras. O, mejor dicho, no podía escucharlas.

En ese momento, el sonido metálico de una cerradura resonó y el guardia regresó. Tiró de Samona sin piedad, ignorando sus súplicas, mientras Judith no tenía fuerzas para gritar que parara.

– Ah… ah…

El cuerpo encorvado de Judith temblaba violentamente como una bestia acorralada. Sus manos, ennegrecidas por el polvo y la suciedad, agrietadas por el frío y llenas de heridas, rascaban el suelo de piedra.

– ¡Ah! ¡Aaaah, aaah! – De su cuerpo, que apenas podía emitir un sonido, brotó un grito desgarrador, como un lamento. Su garganta rota escupía sangre y sus manos, que seguían arañando el suelo, se llenaron de heridas, pero ella no paraba.

– ¡Qué… qué demonios! ¡Oye! ¡Eh, sube aquí! ¡Esta mujer finalmente ha perdido la razón! –Se escuchó la voz del guardia que gritaba hacia la parte baja de las escaleras. Judith, con las manos aferradas al suelo, de repente comenzó a reír entre sollozos.

«Todo ha terminado. Mi vida ha sido tan miserable.»

Ser pisoteada, difamada y humillada era todo lo que había conocido.

– No… – Los guardias que habían corrido hacia su grito repentino se detuvieron bruscamente cuando estaban a punto de abrir la puerta de las rejas.

Cuando levantaron la mirada hacia Judith, en sus ojos se reflejaba algo diferente a lo que habían sentido hasta ahora: temor. Su cabello, que era difícil saber de qué color había sido originalmente, estaba desordenado como el de una bestia, y sus ojos, aunque ciegos, brillaban con una intensidad aterradora, proyectando una extraña sensación de horror.

– Jamás… – Los labios de Judith, cubiertos de sangre seca, se movieron ligeramente. – Jamás los perdonaré. No importa en qué me convierta o lo que me pase… nunca los perdonaré.

– ¡Espera! ¡Maldita sea, abre esta puerta rápido! ¡Si esta mujer muere, la reina nos…!

Se escuchó un crujido, como si algo se rompiera.

Al mismo tiempo, Judith escupió un montón de sangre y su pequeño cuerpo se desplomó.

 

 

Un roce áspero en su mejilla hizo que Judith frunciera el ceño y, de repente, abrió los ojos. Al instante, una luz brillante inundó su visión, como una cascada.

«¿Cómo?»

Con una expresión atónita, Judith miró a su alrededor. Todo era perfectamente claro. A pesar de que sus ojos habían perdido la vista hace tiempo, al punto de no distinguir entre el día y la noche, ahora podía ver cada detalle con nitidez.

Era un lugar desconocido. No, no era un lugar desconocido. Judith pronto se dio cuenta de dónde estaba. Era su habitación. La misma habitación en la que había dormido y despertado todos los días desde su infancia hasta los diecisiete años, cuando aún era la princesa del Reino de Tien.

– ¿Un sueño…? – murmuró Judith en voz baja, mientras sacaba la lengua y la tocaba con la mano. Su lengua estaba intacta, sin una sola herida. Sus labios también estaban un poco agrietados, pero suaves. Sus manos, su rostro y su cabello no tenían ni una pizca de suciedad. Al darse cuenta de esto, Judith bajó rápidamente de la cama en busca de un espejo. Solo había uno en su habitación y siempre estaba cubierto por una tela. Arrancó con desesperación la seda que cubría el espejo y miró su reflejo en el vidrio liso, con una expresión de incredulidad.

En el espejo estaba reflejada una joven poco llamativa. Llevaba una camisola decorada con suaves encajes y bordados, pero su delgado cuerpo y su piel pálida hacían que su aspecto pareciera más lastimoso que elegante. Su flequillo largo y los rasgos aún no del todo desarrollados le daban un aire melancólico.

– Señorita Judith, ¿está despierta?

De pie frente al espejo, Judith giró la cabeza con la expresión de alguien que acababa de ver un fantasma. Una doncella con el cabello recogido a ambos lados de la cabeza, dándole un aspecto encantador, entró con agua y una toalla para lavarle el rostro. Al ver la expresión de Judith, la doncella la miró con curiosidad.

– Señorita Judith, ¿qué sucede? Su expresión…

– ¿Marianne? – La doncella parpadeó y luego soltó una pequeña risa.

– ¡Nuestra princesa debe haber tenido un sueño raro! Sí, soy Marianne. Venga, voy a lavarle la cara.

– Marianne, yo…

Judith, incapaz de continuar hablando, no podía apartar los ojos del rostro de Marianne, que era exactamente como lo recordaba. Cuando dejó el Reino de Tien, quiso llevársela, pero en ese momento no podía pedirle nada a nadie. No pudo llevar consigo a Marianne, quien lloraba suplicando por acompañarla.

– ¿Señorita Judith?

– Marianne, ¿cuántos años tienes ahora? 

Mientras colocaba la palangana de plata, Marianne frunció ligeramente el ceño con una mirada preocupada. Después de dejar el paño mojado, se acercó rápidamente a Judith con pasos apresurados.

– Señorita Judith, ¿de verdad está bien? ¿No se siente mal?

– Estoy bien. Estoy perfectamente bien. Solo dime, ¿cuántos años tienes ahora?

–¡Ay, señorita Judith! Tengo dieciséis años. Soy un año más joven que usted.

«Marianne tiene dieciséis años. Entonces, eso significa que yo…»

– ¿Señorita Judith?

– ¿Cómo es posible…?

– ¿Qué le ocurre de verdad? Me está asustando. ¿Seguro que está bien? ¿Quiere que llame a un curandero? – preguntó Marianne con urgencia, pero Judith no respondió. No, no podía responder. Se dio la vuelta y miró su reflejo en el espejo de nuevo. Los recuerdos, que habían estado borrosos, volvían lentamente, uno por uno, volviéndose claros. Ella conocía a la chica en el espejo. Una chica insignificante, débil, que lloraba con facilidad y temía a todo.

Justo cuando todo terminó, había regresado.

Había vuelto a ser la Judith Roerbinevka de diecisiete años. 

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